jueves, 7 de febrero de 2008

LEJOS


Sus sudores se fundieron en un abrazo casi desesperado y que se quedaron así, sus pechos juntos durante un segundo más. Pero sus ojos permanecían abiertos en la semioscuridad del atardecer. Ella ya no disfrutaba del olor de su cuerpo y de la fuerza de sus brazos, y él estaba cansado de sujetar sus hombros menudos con fuerza para que no se escapase. Tal vez ocurría que pensaba dejarla escapar aquella noche irremediablemente. O tal vez lo que pasaba es que ella se había vuelto un poco más huidiza cada minuto, hasta no poder alejarse más. Por sus mentes aparecieron de nuevo las excusas, otros planes, otra gente, otra vida, otras voces, el vacío de una habitación. La mirada indiferente al vestirse, la sonrisa fingida al decir hasta mañana (un hasta mañana que está por ver si llegará). Los dos sintieron aquel escalofrío al unísono, el temblor al notar que no había abrazo, ni había noche, ni había sudor. Que no estaba ella, que no estaba él, que ya no había un ellos que buscar. Allí, cuerpo con cuerpo, se sintieron lejos. Se supieron lejos. Más lejos que nunca.

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